
En la entrada de hoy seguimos hablando de cuál es la mejor manera de afrontar una ruptura. Hablemos de duelo y perdón.
Y es que, una vez que la ruptura es un hecho, debemos hacer un duelo sano. En primer lugar, vamos a dar una idea sobre lo que es el duelo. En gran medida, todos sabemos lo que es un duelo, pero yo quiero ofrecer una visión que me ha resultado muy útil tanto a nivel personal como en mi praxis profesional: El duelo supone, por encima de todo, la oportunidad de despedirnos de la persona que éramos en la situación anterior al evento ocurrido.
Indudablemente, supone despedirnos de la persona, trabajo, etc. que desaparece de nuestra vida y la elaboración de todas las emociones concomitantes. Pero el reto es ser capaz de rehacernos, de seguir adelante en una nueva fase asumiendo que es uno el que cambia, esa persona que éramos con esos hábitos, rutinas, recursos, etc. deja de existir y debemos de dar paso a la “nueva personas” resultante de este proceso.
Para ello es de suma importancia, además de las estrategias de afrontamiento, la capacidad de perdonar. Recordemos que perdón no es tanto “hacer como si nada hubiese pasado” o liberar a la otra persona de toma emoción negativa y/o reproche por nuestra parte, como la oportunidad de liberarnos a nosotros mismos de todo dolor, rencor o de las emociones negativas a las que me refería antes. Así es, el primer beneficiario del perdón es uno mismo pues nos posibilita la oportunidad de seguir el camino libre de cargas. Y si algo nos va a exigir un divorcio, es volver a empezar.
En muchas ocasiones vemos que hay un intento por mantener situaciones, hábitos, amistades y todo lo que, en la vida anterior, suponía nuestra zona de confort. La nueva vida nos exigirá una reconstrucción que puede llegar a ser muy drástica. Ello, no quiere decir que haya que renunciar a todo, se trata más de un cambio mental en el lleguemos a comprender que tenemos que volver a construir la vida, habrá personas, posesiones, hábitos que podamos conservar y otras que habrá que dejar atrás. Quiero hacer dos apreciaciones más:
Debemos aceptar lo que permanezca en nuestra vida será diferente. Piensa que todo está construido en torno a una realidad que ya no existe, por lo que lo normal, lo sano, es que todo experimente un cambio, toda vez que las personas involucradas ya no son dos sino una.
Al tiempo, recordemos que tú mismo ya no serás la misma persona, seas capaz o no de elaborar el duelo de una manera sana, tú habrás cambiado. La comunicación, los afectos, etcétera son permeables a esta nueva situación, recuérdalo.
Un duelo sano, va a implicar compromiso y aceptación, siendo estos conceptos clave en las terapias de última generación. No debemos negar el dolor, no debemos ocultar que estamos pasando un mal momento en el que la tristeza, el llanto, la desesperanza, nos pueden llevar a un escenario nada idílico, sobre todo si atendemos a la nueva moda de afrontamiento que desde algunos planteamientos se propone siguiendo un modelo basado en una ineficaz y superficial búsqueda de la felicidad y de la apariencia de un estado de felicidad que supone una superioridad frente a quien se “deja llevar por sus emociones”. Recordemos que, en este sentido, una correcta gestión de las emociones o un afrontamiento sano/adaptativo de un evento doloroso, no debe implicar, en primer lugar, una única estrategia, ni tan siquiera la misma persona tendrá las mismas necesidades de afrontamiento en todos los momentos de su vida o frente los distintos sucesos que le puedan ocurrir. Por otro lado, la felicidad es una conquista, no una decisión y si duele, duele. Y si duele hay que elaborar ese dolor, con compasión, con naturalidad y siempre tratando de que pase cuanto antes pues tan negativo es negar el dolor como recrearse en este.
Todo duelo tiene unas fases que conocemos bien y debe tener una duración determinada, marcada por cada cual, pero sin duda, con un final. Recuerda que el duelo es el proceso curativo que nos posibilita elaborar la pérdida para poder “volver al mundo” con los deberes (emocionales) hechos. Ni mucho, ni poco, un duelo sano es la receta.
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